Wednesday, February 17, 2010

El Casino, Riesgo y Tentacion


Entrar a un casino marca la diferencia en lo habitual. Rompe con la rutina. Permite que todo se vea diferente: divertido, brillante y alejado de lo que puede ser tedioso y agobiante; un rito que le puede dar un giro soñado a la vida. Pasión donde el ser se encuentra entera y fervorosamente implicado, suspendido de la sentencia de ese azar cuyo resultado suele ser a pura pérdida.

Son muchos los casos de personas que deciden exponer sus bienes personales en medio de la adrenalina que les produce el juego. Las historias que se han visto en los casinos pueden ocupar miles de páginas de un libro. Es frecuente encontrar quienes por la emoción o por la necesidad de jugar apuestan sus pertenencias más preciadas con una capacidad asombrosa de olvidar razones, familia, compromisos o propiedades.

El juego no se puede ver visto más allá de eso, sólo como un juego. Algunos ganan, otros pierden; unos tienen suerte, otros no tanta; unos dedican su vida a la pasión de jugar; otros creen que pueden pagar sus deudas…El mundo en una calle

En el Amerian Hotel, un servicio de cinco estrellas en el microcentro de Resistencia, a tres cuadras de la plaza 25 de Mayo —entre las calles Perón y Necochea— nos encontramos en el corazón del Casino Gala, un oasis del azar, con sus más de 400 ofertas de última generación: ruletas, póquer, black jack, tragamonedas… Allí Resistencia presume ser una más de las grandes ciudades del mundo, al mejor estilo Las Vegas. Y juega a lo que mejor sabe jugar: el juego de la ilusión y de la fantasía. Todo es llamativo, todo es sorprendente, todo es excitante. A cada golpe de efecto, sin respiro, le sigue un nuevo golpe de efecto. Aquí nada es lo que parece ser…
Entre las nueve de la mañana y las dos de la tarde, hasta altas horas de la noche, un desfile incesante, diverso, comienza a llegar a sus puertas abiertas. La pasión lúdica no sabe de treguas. Se juega a toda hora: a las tres de la tarde o a las nueve de la mañana, da lo mismo.

¿El boom femenino?

Llama la atención que en su mayoría sean mujeres. Fuman, conversan, se toman un trago y se sientan en las conocidas máquinas tragamonedas. Miran concentradas las pantallas. Algunas están acompañadas y otras solas. En conjunto, superan los 50 años.
“Vengo a pasar las penas. Me relajo mucho. No importa qué pueda suceder, acá me olvido de todo”, asegura María Angélica, de 62 años.
Nunca se casó y tampoco tiene hijos. Asiste unas cuatro veces por semana al centro de entretenimientos y regularmente apuesta 400 pesos. Todo depende de cómo esté su bolsillo.
“Si pierdo el dinero da lo mismo, porque el tiempo de relax es impagable. Claro que me gustaría ganar y me angustio cuando no puedo hacerlo. Pero está todo bajo control”, subraya.
A pesar de que María Angélica no se autodefine como adicta a los juegos, forma parte de un grupo de mujeres que semana a semana apuesta no pocas sumas de dinero en los juegos de azar.
Pablo —prefiere no decir su nombre—, encargado de vigilancia, revela que el 80% de las personas que durante el día entran a jugar, son mujeres.
“Ellas son mayores de edad, de un estrato socioeconómico más o menos alto. Por eso tienen más tiempo libre para venir. Además muchas son jubiladas y vienen a pasarla bien entre amigas”, explica.
¿Cuánto apuestan? Pablo subraya un antecedente casi impensado: “Hay clientas que llegan a apostar más de mil pesos en un día”.
Generalmente llegan muy de siesta, en el invierno, y por las noches en el verano. Se las reconoce al instante: elegantes, bien maquilladas, ropa fina.

Todo para la dama y el caballero

La frágil viejita que ahora está tirando de la palanca de la máquina tragamonedas no se parece en nada a los jugadores de Las Vegas que aparecen en las películas. Su figura no encaja en la galería de personajes típicos de este mundo de excitación y fantasía.
La mujer debe tener alrededor de 80 años, es muy delgada, usa un vestido celeste y lleva una bolsita de supermercado. No saca la vista de la pantalla de la máquina. Lleva horas esperando que esta vez sí, que esos excitantes segundos que van entre el movimiento de la palanca de la máquina y las figuras que se alinean en la pantalla la conviertan en una nueva millonaria, igual que todos los que llegan hasta esta “casa de los milagros”, estampada como un tatuaje en la calle lateral de la lujosa entrada del hotel.
Al lado de la viejita está jugando un hombre de camisa blanca y, más allá, a las risotadas, un grupo de jóvenes de rasgos humildes. En las enormes y estridentes salas de los casinos, donde el azar no descansa, hay de todo: rubias estilo barby; grupos de chicas y chicos en plan de diversión, con aritos y tatuajes; matrimonios bastante mayores; hombres y mujeres de ropa extravagante que se desplazan con elegancia; señoras vestidas como para ir a misa; parejas con aspecto de deportistas y cultores de la vida sana; mujeres enfundadas en joggings de colores llamativos.
También están, por supuesto, esos personajes que parecen haber nacido para vivir entre las mullidas alfombras y los sonidos de las fichas de los casinos

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